Desatención psiquiátrica en Uruguay

Publicado: marzo 9, 2013 en Adicciones, Comunicación, Consejos, Datos, Educación, Estadísticas, Fuentes laborales, Medioambiente, Salud, Seguridad social, Vivienda

La colonia Etchepare: un pasado conflictivo

La Colonia Etchepare y Santín Carlos Rossi son los dos centros psiquiátricos públicos y cuentan con un promedio de 850 pacientes, cuyas patologías más habituales son la esquizofrenia y el retardo. Entre ambas colonias abarcan 374 hectáreas, en el kilómetro 79.500 de la ruta 11, en San José.

Las edades de los internados van entre los 18 y los 100 años. A mediados del siglo pasado llegaron a alojar a más de 4.000 enfermos en condiciones infrahumanas. El promedio de estadía de un paciente es de, aproximadamente, 20 años. El costo diario por internado, según datos de la colonia, ronda los US$ 1.200 por persona. Más del 70% de ese presupuesto está destinado a salarios de los funcionarios.

En el año 2010, un cura párroco de la ciudad de Santa Lucía, José Moreira, había denunciado «estado de deshumanización, miseria, suciedad y abandono». También lo había asimilado a «campos de concentración», mencionando que «la comida no se la comen ni los chanchos, los internados no tienen abrigo y se los comen las ratas».

Dicho cura estuvo más de 20 años vinculado a los talleres que se realizaban en los dos establecimientos. Sin embargo, las denuncias del sacerdote fueron desmentidas por el entonces, y hasta ahora, director de la colonia Etchepare, el psiquiatra Osvaldo Do Campo, que había acusado un persecución política en su contra para destituirlo del cargo.

«En cuanto mi nombre empezó a sonar para un cargo alto en el departamento de Salud Mental de ASSE saltó este circo», había asegurado a El País el psiquiatra, director de las colonias.

«En la época del padre Moreira vaciaron el Piñeyro del Campo acá en las colonias. Traían de a 20 por día y al amanecer siguiente salían a buscar los cuerpos muertos por hipotermia», retrucó.

http://www.elpais.com.uy/informacion/colonia-etchepare-pasado-conflictivo.html
 

En la época colonial

Es el único hospital psiquiátrico de pacientes agudos de Montevideo. Fue inaugurado el 21 de mayo del año 1880, ubicado en Millán 2515.

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Los etiquetados como “locos” eran marginados por la sociedad y vagaban por las calles mendigando, siendo a veces detenidos y recluidos en los calabozos del Cabildo donde compartían la reclusión con personas comunes, las mujeres eran a veces enclaustradas en las celdas del Convento de San Francisco.

Hacia el año 1858, el Hospital de Caridad ya albergada cuarenta pacientes psiquiátricos. Se sugiere en ese momento la necesidad de disponer un establecimiento lejos de la planta urbana, arrendándose con ese motivo la casa quinta perteneciente al comerciante Don Miguel Vilardebó, padre del Sr. Teodoro Vilardebó, inaugurándose el 17 de junio de 1860 el primer “Asilo de Dementes” con veintiocho enfermos.

En 1880 contaba ya con trescientos cuarenta y ocho enfermos. Se imponía la necesidad de crear un establecimiento más adecuado a las necesidades en aumento. Así el ingeniero Eduardo Cansttat presento sus planos en 1876, inspirándose en la planta del Asilo “Saint Anue” inaugurado en Paris en 1876 Sucesivas ampliaciones aumentaron su capacidad locativa llegando a albergar entre novecientos y mil pacientes. Fue en 1910 que el manicomio recibe el nombre del médico uruguayo Teodoro Miguel Vilardebó, médico naturalista e historiador. En sus comienzos el hospital fue el mejor de América Latina; en 1915  llegó a tener 1500 pacientes internados.

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MÁS PERSONAS PADECEN TRASTORNO MENTAL COMBINADO CON ADICCIONES

La tendencia a sacar de los asilos a pacientes con trastornos mentales crónicos derivó en una mayor presencia de personas que viven en la calle, con problemas psiquiátricos y adicciones. El gobierno creó un plan piloto para atender la situación.

«Muchas veces, en la colonia (Etchepare), por la presión que existe se han dado altas, pero no se le busca una solución alternativa», explicaba tiempo atrás el ex director del Programa de Salud Mental del MSP, Hebert Tenenbaum, en una entrevista con la radio comunitaria «Vilardevoz», conducida por los internos del hospital.

En Uruguay, el único asilo psiquiátrico público es la Colonia Etchepare, donde también funciona la Colonia Santín Carlos Rossi. Allí hay cerca de 850 pacientes crónicos internados, pero según informó Tenenbaum llegó a haber «miles de pacientes».

Una de las políticas del Ministerio de Salud Pública, que recoge ideas que tuvieron eco hace años en Europa y Estados Unidos, tiende a avanzar hacia la «desinstitucionalización» del paciente, con el fin de erradicar los tradicionales asilos. Pero esto tiene sus dificultades.

«Mientras no exista un sistema de residencias alternativas para que la gente pueda ir, no se puede hacer efectivo (el cierre de las colonias psiquiátricas) porque si no, lo que pasa es mucho peor, que es lo que está pasando ahora, que es la gente en situación de calle», indicó Tenenbaum.

En la misma línea opina el psiquiatra Pablo Trelles, excoordinador del Programa de Salud Mental y experto en el tratamiento de trastornos severos. El profesional asegura que, debido al desborde del sistema, ya es tiempo de empezar a pensar en el «largo plazo» para el tratamiento de estos casos (ver entreviste en página B3).

Aunque no hay datos precisos sobre el número de personas que viven hoy en la calle y padecen trastornos psiquiátricos asociados al consumo de drogas, es notorio el aumento de casos de este tipo.

Hace un año, en el marco del Plan Invierno 2012, ASSE (Administración de los Servicios de Salud del Estado) junto con el Mides, atendió a 1.500 personas en situación de calle, de las cuales un 34% presentaba patologías psiquiátricas. Ello supone, al menos, 500 individuos.

Estas patologías, asociadas con la adicción a las drogas, han creado «un combo» difícil de tratar, ya que se trata de un tipo de paciente que no califica para ser internado en instituciones como la colonia Etcherpare o el Vilardebó -por falta de tratamiento adecuado para atender la drogadicción- y tampoco en los programas como el «Portal Amarillo», ya que a menudo «distorsionan» su normal funcionamiento.

Sin embargo, para el director de la División Salud de la Intendencia de Montevideo (IMM), Pablo Anzalone, la «desinstitucionalización» de los asilos no es el motivo por el que hoy se pueden ver más personas en situación de calle con patologías duales, como adicción a drogas y transtorno mental.

«No comparto esa visión de que hoy se ven más personas con trastornos mentales en la calle por una política de desinstitucionalización de los centros psiquiátricos. Es cierto que la psiquiatría y la salud mental han pasado por distintas etapas a lo largo de su historia, desde una asilar, donde se quería excluir a estas personas de la sociedad, a un equilibrio reciente, con mucho de atención ambulatoria, de atención fuera de los centros de encierro. Pero las colonias y el Vilardebó siguen existiendo», reflexionó el director de salud mental de la IMM.

Para Anzalone este nuevo perfil de personas en situación de calle con patología dual se agudizó a raíz de la crisis de 2002. «Antes las personas en situación de calle eran adultas o adultos mayores, que tenían un proceso de exclusión familiar por el alcohol. Hoy este ya no es el perfil predominante. Son jóvenes, que consumen otras drogas».

-Rodrigo, ¿qué hacés afuera, con este frío? ¿Estás fumando?- preguntó Lourdes, coordinadora del centro.

-Sí -respondió él en voz baja, esbozando una leve sonrisa y con ojos achinados, casi somnolientos.

Rodrigo es uno de los cuatro jóvenes que vive, desde hace un mes, en Casa Asistida, un centro de acogida de 24 horas. Se trata de una experiencia piloto que atiende solo a hombres (de 23 a 50 años) que viven en la calle y tienen una «patología dual»; es decir, algún trastorno mental combinado con adicción a las drogas.

«Si van a un centro psiquiátrico muchas veces los terminan derivando porque tienen problemas con las drogas. Entonces, son dirigidos a un centro de rehabilitación a las drogas, pero como tienen trastornos mentales, lo terminan rechazando también. Y en los refugios, por su patología dual, es un problema, porque vienen alterados, alteran a los demás, no soportan bromas y pueden terminar atacando. Entonces, terminan en la calle, solos y sin contención», relató Lourdes Lakusta a El País, psicóloga y coordinadora del centro.

El programa es financiado por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, y gestionado por la Intendencia de Montevideo mediante un convenio con la cooperativa educativa laboral Coopel, a la que transfiere mensualmente $ 356.000 para su funcionamiento.

A su vez, el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) se hace cargo del alquiler del local ($ 49.000 por mes), ubicado en la calle La Paz, paradójicamente al número 2222 (22 es el número del «loco» en la quiniela).

Sin espejos.

Algo que no hay en la residencia son espejos. «Ahora no es buen momento para que se vean. Pero es un proceso; por ejemplo, cada vez que los invitamos a una actividad fuera de la casa, se ponen prolijos, se peinan, y hasta bromean: `Mirá si me viera la vieja, así como estoy`», comentó. Y una cosa lleva a la otra.

«Escucharlos decir esto, es un paso y una señal que nosotros tomamos para seguir trabajando sobre ellos. `Mirá si te viera la vieja… ¡es cierto! ¿Por qué no la llamas, por qué no la vas a ver?`. Los incentivamos a que se vayan reconociendo de nuevo y a que puedan restablecer sus vínculos afectivos», contó Lakusta.

Las reglas.

«En el patio se puede fumar. Adentro no. Sucede que en la noche se genera mucha ansiedad, por la abstinencia. Y ahí es cuando salen a fumar o te piden caramelos dulces», explicó Lakusta, sentada en una de las sillas que hay en el amplio living comedor, compuesto además por una mesa grande de madera, sillones, y una tele. Sobre una de las paredes del comedor, con letras grandes de cartulina, sobresale la inscripción: «Bienvenidos».

El lugar tiene capacidad para albergar a 25 personas. Cada dormitorio está acondicionado para cuatro internos, que duermen en cuchetas. Al fondo, hay una decena de ducheros, los baños, y una pequeña cocina, cuya puerta de salida da a un amplio jardín. Todo está limpio y ordenado. Este es uno de los requisitos que deben cumplir los internos.

«Tienen que mantener la higiene y el orden de la casa. Si bien la comida, por ahora, nos llega del INDA (Instituto Nacional de Alimentación) ellos ponen la mesa, la levantan, se lavan su ropa, mantienen el orden, acompañados de los educadores. No estaban habituados a estas normas de convivencia y está bueno que las puedan reincorporar», narró la coordinadora de la casa.

Los primeros.

Por el momento, a un mes de haber abierto sus puertas, solo cuatro individuos con patología dual ingresaron por su propia voluntad, derivados de distintos refugios, y desde el centro Ciudadela, (Víctor Haedo y Martín C. Martínez) que oficia como «puerta de entrada» a la red de atención de drogas.

Tres de los cuatro internados son poli consumidores (alcohol, marihuana, pasta base) y presentan el trastorno de la esquizofrenia. El cuarto interno es bipolar y alcohólico.

En dos casos cuentan con el apoyo de la familia, mientras otros dos «ya perdieron todo vínculo afectivo», producto de su problemática, cuentan desde el centro de rehabilitación.

Para permanecer en la residencia la persona debe cumplir ciertas reglas. «Tiene que estar al día con el tratamiento, y estar en condiciones de soportar una convivencia, esto quiere decir que la patología psiquiátrica lo habilite a la convivencia, a la comprensión y a la posibilidad de aprovechar el centro», indicó Pablo Anzalone, director de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo.

En capilla.

De hecho, hubo una quinta persona que debió ser dada de baja de la casa, ya que su conducta no se ajustaba a la convivencia del lugar, ni mostraba indicios de que pretendía controlar su adicción, a pesar de la medicación.

«Le exigimos que mantuviera la abstinencia. Y no la mantuvo. Se las ingeniaba de todas las formas posibles para seguir consumiendo. Se habló y se le volvió a hablar, pero empezó a quedarse cada vez más agresivo y alteraba muchísimo todo el entorno. Estaba todo el día hablando de consumo de droga, y claro… sus compañeros arañaban las paredes. Tratamos de contenerlo, pero se tuvo que ir».

Actualmente, está esperando a ser revaluado, para su ingreso. «Es decir, lo tenemos en capilla. No es que le hayamos cerrado las puertas, tiene que recapacitar si realmente quiere venir y unirse al proceso. Si él quiere hacerlo, bienvenido, las puertas están abiertas pero no en las condiciones en como estaba», enfatizó Lakusta.

Si bien para este público resulta difícil manejar su patología dual, la experiencia del centro es positiva, concluyen.

«Ellos piden ayuda. Son personas que quieren salir. No son pasivos. Ellos mismos se apartan. Un día vino uno de los chicos y me dijo: `Hoy no me dejes salir, no me dejes ir a la plaza`. Otro día vino otro chico y me dijo: `Estoy nervioso, ¿me das otra pastilla?`. No es que nosotros los apartemos, sino que están cayendo en la realidad y ellos mismos se apartan. Y de ahí es que empiezan a pedir más ayuda».

Sin ir más lejos, los pacientes tienen entrada y salida libre de la casa, siempre y cuando reporten de las actividades a las que van a asistir.

«Este no es un régimen de encierro. Están con régimen abierto, de salidas. Pueden estar las 24 horas, pero no es sano que estén 24 horas acá. Cada uno tiene sus salidas. Tenemos un usuario que está terminando Primaria. Otro está haciendo un curso, otro va a la Iglesia y otro tiene novia», explicó.

Como actividades internas tienen, una vez por semana, un taller de expresión plástica, otro de percusión y están preparando una huerta orgánica al fondo de la casa. «Se trata de que gasten energía, se sientan productivos, y empiecen a generar esa dignidad humana, que es lo que te saca del pozo», afirmó la coordinadora de Casa Asistida.

También resultan clave las salidas organizadas, como visitar un shopping o una plaza, junto con el equipo de educadores y operadores terapéuticos, con el fin de fomentar su inclusión social.

«Algo tan sencillo como llevarlos a la plaza. Antes el único nexo que tenían con la plaza era solamente para comprar la droga, ahora van a la plaza a hacer un poco de deportes. Buscamos permanentemente herramientas para que ellos descubran una vida sana, ordenada, y con límites. Pero no por eso aburridos o enclaustrados, no están ni en prisión ni en el Vilardebó», enfatizó Lakusta.

La estadía en el centro es transitoria, aseguran. El máximo de tiempo que la persona puede estar es de un año. En ese periodo se aplicarán todas las herramientas médicas, terapéuticas y recreativas, que permitan lograr el objetivo de que dicha persona pueda mantener controlada su patología dual y restablecer sus afectos.

«Se apunta a conseguir un egreso positivo. Que la persona salga recomponiendo su vida, con actividad laboral, un entorno familiar recompuesto y un manejo adecuado de su patología psiquiátrica», dijo Anzalone.

Las cifras

34%

de las 1.500 personas que atendió ASSE en la calle, el invierno anterior, tenian trastorno.

1.640

cupos abrió el Mides para dar refugio del frío a indigentes. En 2006, menos de 700.

 
comentarios
  1. Reblogueó esto en Humanismo Uruguayoy comentado:

    CENTROS PSIQUIÁTRICOS PÚBLICOS – En el año 2010, un cura denuncia «estado de deshumanización, miseria, suciedad y abandono» semejante a «campos de concentración», mencionando que «la comida no se la comen ni los chanchos, los internados no tienen abrigo y se los comen las ratas». “Traían de a 20 por día y al amanecer siguiente salían a buscar los cuerpos muertos por hipotermia».
    Ahora el MPP proclama la candidatura del “medico” responsable de esta masacre: Tabaré Vazquez. ¿Quiénes son los enfermos?

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